Seguía llamándote
desde el otro lado de la puerta
sin recibir respuesta.
En la calle la nieve caía.
Como dormidos
estaban todos los relojes.
Fue un día gris y mustio,
roto el silencio de entonces
por farolas que parpadeaban
en la puerta de una tienda
como centinelas de una noche eterna.
Alguna sombra se paseaba por la calle
dejando huellas sobre la nieve,
huellas que al poco desaparecerían
pero que eran parte de su camino.
Tú no contestabas
y yo seguía llamándote.
Yo me perdía entre tres puertas:
la tuya, la de tu vecino
y la del ascensor que me rogaba
que me marchase y terminase mi historia.
Yo seguía llamándote,
seguía esperándote
y no sabía como había llegado hasta allí.
Eran las tres de la madrugada
y la noche parecía no tener fin.
Tú no contestabas
y entonces desperté
en el frío hielo de mis sábanas,
en