Hoy ya es como mi último día en Noruega, en realidad salgo mañana ( No creo que pueda actualizar por que estaré viajando todo el día), tengo ganas de volver pero si me dicen que me quede unos días más tampoco me importaría.
En el pequeño espacio que nos restaba el Audi TT descapotable de dos puertas, apenas había oxígeno al que aferrarse para seguir respirando. El silencio parecía absorberlo todo, y devolver un putrefacto dióxido de carbono en su lugar.
Accioné el botón del elevalunas y bajé tres centímetros la ventana del asiento del copiloto. El aire frío acarició mi cara y una bocanada de oxígeno se coló por la boca y las cavidades nasales, ofreciéndome un instante de relajación y alivio que jamás volvería a experimentar. Un instante en el que todo volvió a parecer perfectamente organizado. Instante en el que no existieron las vacilaciones y todo estuvo absolutamente claro, cristalino.
Pero los instantes son sólo eso, instantes. Y aquella agradable sensación se esfumó por completo cuando mi novio, recién cumplida la mayoría de edad, y al volante del precioso vehículo que le acababan de regalar, inquirió, con voz indecisa y entrecortada:
—¿Es...es...estás... embarazada?
El aire dejó de acariciar mi rostro para arañarlo, el oxígeno volvió a desaparecer y le sustituyó aquel desagradable dióxido de carbono. El cristal de la ventana pareció cerrarse de nuevo, y la organización y certeza por las que se guiaba mi vida se convirtieron de pronto en antónimos.
El espacio del coche pareció todavía más reducido, y mi respiración se fue complicando a medida que sucedían los segundos.
Dos lágrimas brotaron silenciosas de mis ojos por toda respuesta, y él las advirtió al instante, entre la tenue luz de las farolas que iluminaban la carretera. Todavía no me explicaba cómo lo había adivinado. Qué le había revelado tal secreto que desde hacía tres semanas únicamente compartía con mis tres predictores y sus tres respuestas afirmativas. Pero mis cuerdas vocales se habían declarado en huelga, anunciando no pronunciar sonido alguno en los próximos minutos.
El latido de su corazón ascendió rápidamente a la velocidad del mío, y ambos dieron coro al rugido del motor. El velocímetro alcanzó los 140 km/hora, y mis manos se aferraron al asiento en un acto reflejo.
En la oscuridad se extendía
y de ella se alimentaba.
En la noche crecía
y de las sombras emanaba.
De día dormía
en una casa abandonada.
De noche salía
y las calles cruzaba.
Vivía encerrado
en una negra capa
por el amor desdichado
a una difunta dama.
Al amanecer bebía
y de olvido se emborrachaba,
escondido por el día,
por las noches suspiraba.