Accidente (Parte 3)

—Sergio... Sergio, ¿estás bien? —alcancé a pronunciar. Obtuve silencio por toda respuesta. Giré levemente la cabeza para mirarle, con el presentimiento de quien sabe que no va a encontrar nada agradable.

El rostro ensangrentado de Sergio apuntaba hacia mi barriga con una expresión de tristeza. En aquel momento no entendí el porqué de aquella mirada. No entendía que la vida se le estaba escapando, sin que él pudiera hacer nada.

—Sabrás cuidar de él, yo te ayudaré —fue la última frase que, entre respiraciones entrecortadas, alcanzó a pronunciar.

La ambulancia llegó pronto, pero demasiado tarde para él. Cuando consiguieron sacar su cuerpo del coche destrozado ya no respiraba. Sorprendentemente, yo había resultado sana y salva. Apenas tenía unos cuantos arañazos y recuerdo que, en aquel momento, lo único que deseé fue estar en el lugar de Sergio.

Los meses siguientes fueron una pesadilla. Sólo sentía odio y rabia hacia Sergio. Mi familia tardó en aceptar mi embarazo, mis amigas dejaron de serlo cuando se enteraron, ya que sus padres les prohibieron salir conmigo. Como si se les fuera a pegar mi repentina carga de responsabilidad, ¡qué tontería!.

Pero sentía que Sergio estaba en alguna parte, observándome. Sentía que no me había abandonado, al menos no en alma. Y aquello me dio fuerzas para seguir luchando. Con el tiempo conseguí un trabajo, una casa, y una mejor vida para los dos. Ofrecí a mi hijo todo cuanto estuvo en mis manos, le eduqué para que fuera un chico responsable y digno de admirar. Y creo que lo he conseguido. No sólo le eduqué, él también me enseñó a madurar, a ser fuerte, a no escuchar los comentarios de la gente y a superarme día a día.

Estoy orgullosa de ver en lo que se ha convertido. Y seguro que su padre también lo está.

Un chico de dieciocho años me observaba con ojos comprensivos. Le miré por unos segundos y por un momento vi, reflejada en su rostro, la nítida imagen de su padre.

—Mamá, te quiero. Gracias por estar ahí.

Por Sara López



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Y llega


Y llega el Sol

y llega la mañana:

quieren levantarte

y quitarte el camisón.

Llegan luego las nubes

y llega luego el agua

resbalando por las ventanas

gota a gota, en tu salón.

Llega luego la tarde,

llegan las cartas

del amor que tanto esperó.

Y llega su recuerdo

como un fantasma

para causarte más dolor.

Llega luego la noche,

llega la calma,

a dormir en tu colchón.

Llega la Luna,

llega la extraña

a esconderse en un rincón.

Llegan tus sueños,

y llega el calor

y estás dormida

y llenas con silencio

todo a tu alrededor.



Por Tomás Damián Mora Podio

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