Se cubrió un poco los ojos. El sol estaba alto y jugaba a cegarla. Me agaché y le di mis gafas. Cristales tintados que escondían sus seis años. Le estaban enormes. Poco importaba aquello. La pequeña se agarraba a las gafas y corría en círculos a mí alrededor. Yo no sabía si jugar con ella o asustarme. No hice nada de aquello. Me senté en el césped y miré hace arriba. Los árboles calmaban mis nervios de cobre y me retorcían el alma hasta sacar una sonrisa. Era el conjunto. Relajaba mis músculos y dormía las lágrimas. Casi sin querer, mi niña de las gafas de sol, echó a volar. La vi reírse a carcajadas entre las nubes. Rellenar las copas de los árboles de sueños infantiles. Me gritaba ¡Mira, mira, soy más alta que tú! Yo la dejaba hacer. Veía el reflejo rubio saborear la mañana. Me lanzaba pequeñeces. El sol le regaló un vaso de brillo y galletas. Estaba tan feliz, que me entró sueño a carcajadas. Cuando desperté, atardecía. La pequeña se había vuelto pelirroja. Sonrosadas las mejillas, se tumbó a mi lado. ¿Me has visto volar?

Por Aurora

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