Aquí os dejo la poesía de Tomás de hoy y la primera parte de otro relato de Sara, mañana más.

Sin título


Llegas sediento,

con la ropa pegada al cuerpo,

con un tambor en tu cerebro,

vuelves muriendo.


Te desplomas en el sofá

preguntándote qué será,

que cada vez hay más

sombras, no puedes despertar.


Esperas que amanezca

en tu noche de luna llena,

para que no salga fuera

la llama que más quema.


Ese lobo corre por tus venas,

se alimenta de aquellas penas

enterradas bajo la arena

de un pasado que te condena.


Hubieses deseado no nacer,

morirte sin saber

todo lo que puedes hacer,

y sin jugar vas a perder...


Por Tomás Damián Mora Podio

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Pesadilla


- No, no, ¡No!

Me levanté de un salto, asustada con mis propios gritos. Las gotas de sudor frío empapaban todo mi cuerpo, y resbalaban por mi frente y mis mejillas, para continuar su carrera por el resto de mis extremidades.

Los rayos del Sol comenzaban a dar señales de su existencia, colándose disimuladamente entre los huecos de la persiana entrecerrada. Miré el reloj. Las nueve en punto. Ni un minuto más, ni uno menos.

“Ya debería estar aquí”, pensé en mi fuero interno. Deseaba con ansia que estuviera de nuevo aquí. Volver a acariciar su piel, a oler el aroma de su cuerpo, a besar hasta el último rincón de su existencia de vida. Llevaba ya mucho tiempo esperando, mucho tiempo de búsqueda en el que poco me faltó para perder la cordura. Mucho tiempo de negociaciones, de llamadas inesperadas, de voces de ultratumba que no decían nada...

El teléfono sonó, y el leve titileo de la melodía de llamada resonó en mi cabeza con más intensidad de lo que lo había hecho nunca antes. Ellos me habían enseñado a temer cualquier sonido, movimiento o cosa inesperada, cualquier señal que, una vez más, afirmara que mi vida no seguía un plan, no se movía en círculos concéntricos, sino que lo hacía por senderos sin asfaltar y repletos de baches en los cuales no había ningún puesto de socorro, ni un alma caritativa dispuesta a ayudarte.

Caminé pesadamente hacia el salón y descolgué el viejo teléfono negro que temblaba casi imperceptiblemente sobre el soporte.

- Diga – sonó mi voz, lejana, propia más de otra persona ajena a mí, que de mi propio cuerpo.

Silencio.

- ¿Qué ha pasado? - espeté, afianzando mi voz a medida que pasaban los segundos.

Silencio.

Al fin sonó el timbre exacto de voz que yo estaba esperando. Pero el mensaje que transmitió no se parecía en nada a lo que estaba pensando oír.

- Necesitamos más dinero. A las dos del mediodía, en el mismo lugar de siempre. Ya sabes lo que te hemos dicho sobre llamar a la policía.

La voz ronca y fría me dejó paralizada. Como si se tratara de un veneno mortal, se extendió por mis brazos y mis piernas, que no pudieron sostenerme y se doblaron agotadas. Caí al suelo de rodillas y mi rostro, seco de las lágrimas del sueño, volvió a empaparse de nuevo.

Alcancé a coger el teléfono, que se había separado de mi mano justo en el momento en que mis piernas se flexionaron. Pero ya no había nadie en el otro lado.

En mi sueño, la banda criminal que hacía dos meses había secuestrado a mi marido, lo asesinaba impasiblemente delante de mí, sin que pudiera hacer nada al respecto.

En la realidad, no sabía aún lo que ocurriría, pero deseaba con todas mis fuerzas que esta vez ni superara ni llegara a la altura de mi imaginación. Deseaba tener un final feliz, de los que están repletos los cuentos de hadas que nos leían de pequeños. Era tan sencilla la vida cuando no llegábamos al metro de altura...

Mi marido era un hombre de negocios. Un gran hombre de negocios. Desde que creó la empresa, no había experimentado pérdida alguna de dinero, más bien al contrario. Nuestros ingresos se multiplicaban extraordinariamente cada año. Tanto era así, que en poco tiempo teníamos ya nuestro imperio. Dos casas en la playa, un dúplex en pleno centro de Madrid, cuatro áticos en varias ciudades emblemáticas de Europa, y nuestra última adquisición: una maravillosa finca en Miami, con toda clase de lujos a nuestra entera disposición. Había sido un regalo de un cliente de mi marido, por la profesionalidad con la que se tomaba éste su trabajo.

Era tan bonito todo aquello que decidimos instalarnos a vivir allí.


Continuará ...

Por Sara López

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