Miércoles otra vez (El último Miércoles que trabajo, ¡por fin!), aquí os dejo la continuación del relato de Sara y la nueva poesía de Tomás.


Si lo hubiera sabido... Si hubiera sido por un momento consciente de todo lo que nos esperaba... Nuestro camino era perfecto, envidiable. Tan envidiable que algunos matarían para conseguir lo que teníamos.

Pensé por un momento en llamar a la policía. Pero el miedo se apoderaba de mí con tal intensidad que casi ni podía pensar por mi cuenta.

De repente, una idea escalofriante cruzó por mi cabeza. En otro momento, habría sentido miedo de mí misma por pensar aquello. Pero entonces sentí valor.

Me vestí a toda prisa, desayuné y cogí todo el dinero que pude adquirir en aquel momento. Salí de casa y conducí mi BMV rojo descapotable hacia el centro de la ciudad. En una esquina, un local viejo anunciaba tenuemente: “Venta de armas”.

Paré el coche en doble fila y me aventuré a entrar en aquel local. El vendedor alzó la vista y su visión de sorpresa se extendió rápidamente por su rostro:

- Buenos días, señorita. - dijo al fin - ¿Quería algo en especial?

- Hola. Quiero el arma más potente del mercado. Le entregaré todo el dinero que haga falta, con dos condiciones: que sea rápido y sin una sola pregunta – pronuncié mis palabras con lentitud y con una voz tan fría que por un momento sentí que no era la mía.

El vendedor pareció titubear ante mi solicitud. No estaba seguro de cumplir mis órdenes así como así. Un fajo de billetes apareció encima del mostrador. Como si se le hubiera aparecido la virgen, su rostro se iluminó y dijo:

- Por supuesto. Ahora mismo le traigo lo que me pide.

Se alejó y dos segundos más tarde tenía el arma entre las manos. Rápidamente, y haciendo caso a la primera condición que le había impuesto, me explicó cómo utilizarla y la guardó en la caja, ya cargada para su uso. Me la entregó en una bolsa que a mí me pareció la cara externa de una granada a punto de estallar.

Cogí la bolsa y le miré.

- Gracias – pronuncié, al tiempo que me alejaba hacia la puerta.

El motor de mi coche pareció advertirme que aquello no iba a terminar bien. Que yo no era nadie enfrentada a una banda tan peligrosa como la que había secuestrado a mi marido. Pero mi razón funcionaba a base de impulsos, como si de repente hubiera dejado de ser humana para convertirme en un animal. Y mi corazón clamaba a gritos el mismo mensaje de hacía dos meses: “¡Te quiero, cariño!”.

Ya casi había llegado al lugar de nuestro encuentro. Un enorme desierto se alzaba ante mis ojos. La pistola se escondía disimuladamente bajo el trasero de mis pantalones Levi Strauss, y mi camisa negra acariciaba suavemente el gatillo, preparándole para la acción.

Recordé cuando, de pequeña, mi abuelo me explicaba cómo utilizar la escopeta de caza. Me situaba a varios metros de varias latas vacías de refresco y me instaba a “matarlas” a todas. Mi puntería era bastante buena, y mi abuelo decía constantemente que no había nada más peligroso que una mujer con puntería y un arma bajo el brazo. Era el momento de demostrar aquella frase con hechos.

El Land Rover negro con cristales ahumados apareció en la lejanía. Mi mirada observó impasible el vehículo acercarse, mientras mi cuerpo se apoyaba tranquilo en el morro del reluciente coche rojo sangre.

El motor del Land Rover dejó de oírse, y cuatro pies con zapatos de cuero negro brillantes bajaron a tierra. Llevaban los rostros al descubierto, y aquello me descentró por un momento. Ahora más que nunca, debía controlarme como fuera. Estaba claro que no pretendían dejarnos con vida.

Y yo no pretendía dejarles con vida a ellos.

- Tienes el dinero – dijo un hombre increíblemente atractivo. Reconocí su voz al instante. Era el mismo que había protagonizado todas las llamadas a casa.

- ¿Tienes a mi marido? - inquirí impasible.

El hombre soltó una risa altiva:

- Increíble. Esta mujer tiene agallas – dijo al fin.

- Respóndeme – insistí, haciendo caso omiso a su intento de ponerme nerviosa.

- Sí, sí, mujer. Sacádlo – ordenó.


Por Sara López


--------------

Sin título




Recuerdos de antaño,
aquella churrería de barrio,
aquel coche blanco
y ese programa de radio.

Esas tardes junto al brasero
jugando a las cartas,
domingos de paella y abuelos,
fueron tiempos muy buenos.

Añoro los viejos tiempos,
soy un melancólico
lleno de recuerdos.

Viajo al pasado
y todavía lo siento,
esa felicidad
y aquel columpio viejo.

Por Tomás Damián Mora Podio

No tengo nada más que decir por hoy, nos vemos mañana con algún artículo interesante.

0 comentarios: